"Cantamos paz para el mundo"
Dar gloria a Dios es nuestra vocación en la tierra y, en cuanto tal, nos compromete por entero. “Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar,” exhorta San Agustín. Cuando alabamos a Dios, se unifican todas nuestras capacidades y se nos devuelven la armonía y el equilibrio rotos por el pecado. Descubrimos el amor divino en el fondo de nuestro ser. “Cada respiración, cada latido del corazón, cada sístole y cada diástole, cada leucocito, cada glóbulo rojo es un gesto de amor de Dios, un beneficio que de él hemos recibido.”
La alabanza no es algo que sucede sólo en el corazón, en la pura interioridad del hombre, sino que se manifiesta hacia fuera. El que ha recibido una gracia, sale al encuentro de los demás para contarles lo que ha pasado en su vida. “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea.”
Todo está hecho para la gloria de Dios...